Me llamo Bartimeo,
(bar: en arameo significa hijo de – timao en griego significa honrar).
Yo era un judío que me había unido a la Legión Romana.
Después
de la guerra, no teniamos donde ir. Cada uno se ubicaba donde podía o regresaba a su tierra, yo sin tener donde, como tantos otros, fuimos quedándonos en distintos lugares.
Yo me establecí en una pequeña aldea llamada Nazareta, en ese
momento tenia la edad de 18 años mas o menos. No tenía un oficio pero siempre me gusto la
Carpintería. Casualmente alado de la casa que compre, vivía una familia. José, el Padre de la familia era carpintero. Pasado algunos días tome un poco de valor y le pregunte si podía
emplearme como su ayudante, ya que necesitaba aprender el oficio y ganar alfo de dinero. Amablemente acepto mi ayuda con un pago mínimo. Su esposa y el
tenían un hijo llamado Jesús, en ese momento habrá tenido 10 años.
Rápidamente me convertí muy cercano a la familia, como yo estaba solo,
ellos me invitaban a comer casi a diario.
María era la que iba todos los días al mercado, pero a diferencia de las otras mujeres volvía casi de inmediato, pues para las mujeres era el lugar
de encuentro, donde podían conversar por un rato de varios temas. María era una señora siempre dispuesta a
ayudar, nunca participaba de los cuchicheos y murmuraciones, y siempre
encontraba cosas buenas para decir de los demás. Pero al poco tiempo me entere porque María nunca conversaba con sus vecinas, ya que inmediatamente vinieron a contarme sobre María. Tiempo atrás
ella misma fue víctima de esos cuchicheos: "que María estando recién comprometida con José ya había quedado
embarazada". Apenas pude imaginar, que durante su embarazo debió sufrir bastante
al ver cómo las mujeres hacía un silencio o murmuraciones a su paso.
Cuando
me vinieron con ese cuento: recordé a María, pero no con lastima, mas bien pensé,
que diría ella, y asi fue que su respuesta hubiera sido: “…y si en vez de hablar mal de alguien, probamos
hablar bien de las personas, decir cosas buenas de ellas”, y eso fue lo que les dije. Se retiraron sin
decirme nada mas (recuerdo ese momento con gracia…jajaja).
Uno de esos días que me invitaron a comer, mientras cocinaba María, Jose y yo conversábamos animadamente, Jesús y sus amigos
correteaban por la cocina haciendo un alboroto que no dejaba lugar para una
charla agradable. “Mis miradas”, evidentemente, dejaron ver mi incomodidad, a
lo que María llamo a Jesús y a sus amigos para que vayan a jugar al patio…José me
explico que debíamos ser mas como niños. A lo que quede un poco extrañado.
Paso el tiempo y Jesús habia elegido aquella extraña vida
itinerante.
Volví a verlo mucho después, cuando regreso por Nazaret.
Había explicado en la sinagoga un texto profético causando mucho revuelo, tanto
que estuvieron a punto de empujarlo por el despeñadero. Como imaginé el
disgusto que debía tener su madre, fui a su casa para consolarla un poco y de
paso ver a Jesús: los encontré sentados a la mesa a Jesús y a María, me invitaron a sentarme, y aproveché
para intentar convencer a Jesús de lo equivocado de su camino:
Le dije.-"¿No te das cuenta Jesús, que tú y tus amigos
no van a poder arreglar nada? Porque es verdad que andan mal las cosas y que
las personas se acuerda de Dios solo para pedirle... y está muy bien todo lo de
ese Reino del que tú hablas, pero tienes que darte cuenta de la poca fuerza que
tienes. Si quieres algo, debes rodearte de personas poderosas. Así, solo
lograras meterte en líos..."
-"¡Ay Bartimeo!”- me respondió, - “acaso no recuerdas
cuando mi padre José nos explico que debíamos ser mas como niños?: así el Padre
Dios pretende que sea nuestros corazones; -como niños- sin rencor, inocentes,
divertidos, sin amarguras, ayudando sin esperar nada a cambio, ser humildes de espíritu.
No necesito amigos poderosos".
Aquel día no entendí del todo sus palabras, pero también
ellas debieron convertirme a mi en niño: después de muchos años y aunque soy ya
bastante viejo, me uní al grupo de los que confiesan a Jesús como Hijo de Dios,
partimos el pan cada domingo y compartimos lo que tenemos, y así recordar la presencia
de Jesús. Y voy aprendiendo, con ellos, a estar en medio del mundo como ese
niño, sin rencor, sin mezquindad, como Jesús solía comparar el Reino.
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